El Evangelio de Felipe es una joya perdida en los textos gnósticos. En él se revelan verdades profundas sobre el papel del ser humano en el cosmos y su relación con lo divino. La filosofía gnóstica, a través de este texto, nos invita a abandonar la ilusión de lo material para encontrar la verdad que yace más allá de la percepción común.
Uno de los conceptos centrales de este evangelio es la diferencia entre lo que es visible y lo que es invisible, un tema recurrente en el gnosticismo. Felipe nos enseña que lo material, aquello que podemos ver y tocar, es solo un reflejo distorsionado de la realidad espiritual, que permanece oculta. El verdadero conocimiento, el gnosis, es un proceso de despertar y reconectar con lo divino que reside en nuestro interior, un reconocimiento de que somos parte de una realidad mayor.
En este contexto, la figura de Cristo no es simplemente un redentor, sino un guía hacia el autoconocimiento. Cristo, según el Evangelio de Felipe, es quien nos revela el gran misterio del matrimonio espiritual entre el alma y el Espíritu Santo. Este matrimonio, que se consuma en la llamada «Alcoba Nupcial», simboliza la unión perfecta entre lo humano y lo divino, un regreso al estado de plenitud del cual nos habíamos separado desde el principio de los tiempos. No es un matrimonio físico, sino una comunión espiritual en la que el alma renace en su verdadera naturaleza.
Otra enseñanza crucial del texto es la importancia del conocimiento sobre la fe ciega. El conocimiento es libertad, mientras que la ignorancia es esclavitud. La ignorancia nos ata a las sombras de este mundo, pero el conocimiento nos libera, elevándonos hacia una comprensión más alta de la existencia. En este sentido, el gnosticismo no ve a la salvación como un acto de gracia externo, sino como un proceso interno de transformación y autodescubrimiento.
El Evangelio de Felipe también desafía las interpretaciones tradicionales de los sacramentos. Nos habla del bautismo, no como un rito de agua, sino como un renacimiento espiritual en el cual el alma se purifica y se viste de luz. Asimismo, el crisma, o unción, es visto como el sello que otorga la plenitud espiritual a quienes han alcanzado este conocimiento. Los sacramentos, entonces, no son simplemente rituales externos, sino manifestaciones del proceso de iluminación y redención.
Finalmente, el evangelio nos recuerda que la verdadera unión con lo divino es un misterio que trasciende este mundo. La separación entre lo masculino y lo femenino es, para el gnosticismo, una metáfora de la división interna del ser humano. El retorno a la unidad implica la integración de estas dos fuerzas, reflejando una de las máximas del evangelio: «El que se separa de su pareja, está separado de Dios». Es en la unión mística que volvemos a ser completos, sanando la fragmentación que ha marcado nuestra existencia desde la caída.