Época extraordinaria en donde ese Espíritu de Reconciliación y Fraternidad
invade el corazón de los seres humanos. ¡Cuán hermoso sería que ese Espíritu
continuara a través de todo el año!
Por lo demás, el pesebre con sus casitas, ovejas, camellos, lagos y muñequitos
nos regresan a la niñez, a la infancia libre de vanas preocupaciones. Y en
estos paisajes se destaca el pesebre donde José y María reciben al Salvador del
Mundo en la noche del 24 de diciembre.
Algunos escritores un poco desprevenidos aseguran que la aldea de Belén no
existió, que es un símbolo. Grave error, si recordamos que Herodes por esa
época ordena el Censo o Empadronamiento precisamente en Belén y por tal motivo
la Sagrada Familia viaja a esa localidad para cumplir con ese requisito.
Cansados de buscar hospedaje se refugian en un establo o pesebre y es
precisamente allí donde sucede el magno acontecimiento de elevado simbolismo.
Así como el Niño Dios nace en un pesebre en medio de unos animales, de igual
manera nuestro Cristo Interno nace en medio de esos animales que son los
agregados psicológicos.
Viene luego el homenaje de los 3 Reyes Magos, que simbolizan el proceso de
nuestra Energía Crística, la cual inicialmente es de color negro, luego se
transforma en blanca y por último resplandece de color amarillo oro.
Por último, tenemos el gran mensaje de los Ángeles a los pastores de los
alrededores: GLORIA A DIOS EN LAS ALTURAS Y EN LA TIERRA PAZ, ¡A LOS HOMBRES DE
BUENA VOLUNTAD!
Indudablemente la Paz es un sentimiento del corazón que se manifiesta en el
ser humano cuando hay buena voluntad.
Cuando no hay buena voluntad, sobrevienen las guerras, los conflictos, las
desavenencias que se convierten en el flagelo de esta pobre Humanidad.
Por eso, los Sagrados Libros Gnósticos nos enseñan: «Que la disputa sea
prohibida, triunfad eso es todo».
El propósito para el grueso de la Humanidad en el Nuevo Año debe ser:
«¡Fomentar la buena voluntad en todas las acciones que se ejecuten”, y de
esta manera sobrevenir la tan anhelada PAZ MUNDIAL!
H.T.J.